En primera persona TLP II
Hablaba en el anterior post de cómo el maltrato en la infancia es el condicionante, la mayoría de las veces, de que se desarrolle un TLP y de cómo esté afecta a todas las áreas de tu vida, a partir de la pubertad, hasta la edad adulta.
Pero cuidado, porque esos efectos en forma de síntomas que se instauran en menor o mayor medida en tu personalidad, no es la única repercusión, aún se puede rizar más el rizo.
Con ese aprendizaje retorcido al extremo del concepto del amor, tu camino, al menos el mío, en las futuras relaciones de pareja va a ser como mínimo tortuoso.
La niña que vivió el maltrato narcisista, el rechazo, la manipulación, los refuerzos intermitentes de hoy te abrazo y al rato te digo lo poco que vales, la anulada, que busca una y otra vez el amor incondicional, la aceptación integral de su individualidad, que se esfuerza día tras día para cumplir unas espectativas de otr@ que nunca serán cumplidas, la que vive angustiada, alerta, estresada, herida, esa niña terminó buscando fuera lo que no encontraba dentro. Y como niña que era, soñaba con un príncipe azul que viniera a rescatarla. Una ideación infantil de quien no tiene aún los recursos suficientes para defenderse.
La niña crece, se transforma en mujer, pero la pequeña sigue acompañándome todos los días de mi vida. Sigue en algún lugar de mi alma, por los rincones más oscuros de mi mente, con su herida intacta. De esta manera el trauma relacional no resuelto, el TLP, la niña herida, continúa con su búsqueda de amor, aceptacion y respeto. Pero mi mente, para resolver el trauma infantil, en lugar de buscar parejas que me den lo que mi alma pide a gritos, busca perfiles que se asemejen a quien creó ese trauma inicial. Es decir, perfiles narcisistas o psicopáticos.
A veces he reído con amigas que me decían que tenía el radar estropeado. Muy al contrario, mi "radar" funciona como una máquina de precisión. Detecta rápido ese perfil y en lugar de salir corriendo, cree que ha encontrado a su príncipe de colores, el que la va a rescatar, el que cuidará y amará a la niña herida.
El resultado es el lógico, el hombre, que no es príncipe, sino una sapo disfrazado para la ocasión, también ha detectado a la niña herida y vulnerable. Se ha dado cuenta de sus carencias, de sus necesidades, de su trauma infantil y como la bruja del cuento, me ofrece con apariencia de generosidad, amor y empatía, la manzana envenenada que promete ser la cura de la niña herida.
Es así como la niña víctima vuelve a serlo, como la mujer es de nuevo maltratada por quien debería amarla, apoyarla y respetarla. El Narciso Psicópata integrado, aprovechó la herida para manipularme, volviendo a repetir patrones de culpabilización, devaluación, rechazo, utilización, refuerzos intermitentes, engaños, mentiras. La niña herida que habita en mi, repetía patrones infantiles, observando sus gestos, su cara, para anticiparme al abuso, para complacer, para intentar averiguar cómo estaría hoy, si estaba contento conmigo o me iba a castigar de alguna manera. Siempre disfrazado, el sapo con su traje de príncipe terapeuta, lo hace por mi bien, para que sane.
- Acepta a tu niña herida, abrázala, conviértete en su padre o su madre amoros@. Pero mientras tanto me hería con hostigamientos constantes, con rechazos, con gritos por celos fingidos. Te amo como eres, pero... Tienes que hacer todo lo que yo te diga si quieres mantener mi amor y curarte. Me gusta cuando muestras tu vulnerabilidad, no cuando te comportas como una mujer fuerte que defiende sus propias opiniones.
Mi niña herida, tiene el mejor radar que hay sobre la tierra y dió con el psicópata narcisista más retorcido y perverso de entre los integrados. El que se ha hecho terapeuta de adicciones. El que lleva años en grupos de narcóticos, escuchando historias de personas vulnerables y heridas. El que es capaz de ponerme un software en mi móvil porque no hay ley que esté por encima de la suya propia. Narcisista, psicópata y maquiavélico es la triada oscura, la basura más grande de ser " humano" con la que te puedes topar.
Esta garrapata chupóptera, este sapo, utilizó a la niña obediente que solo quiere ser querida, mi herida infantil, para meter el dedo y retorcerlo hasta el punto de que el TLP pasó a un segundo plano para encontrarme de bruces con el Trastorno de Estrés Post Traumático Complejo. De este modo se entremezclaron los síntomas disociativos, se dispararon al máximo los niveles de estrés y la retraumatización fue tal que simplemente desaparecí. No quedó nada de mí. Ni la niña con TLP, ni amigos, ni familia, ni lo que me hacía ser yo misma tras las capas del maltrato, nada. Sólo una sombra perdida el algún lugar de su mente que sobrevivía a duras penas.
Las personas con TLP tenemos más probabilidades que otras de caer en relaciones de maltrato porque nuestro trastorno derivado de trauma infantil nos convierte en víctimas propiaciatorias por el deseo inconsciente de resarcir el daño.
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